Mariano Rajoy ofrece al Gobierno su apoyo para evitar que Batasuna se presente a las elecciones. La oferta del líder del PP no tiene mucho mérito. Apoyar al gobierno para conseguir que Batasuna condene la violencia y se aleje de ETA, vuelva a la política y a la democracia cumpliendo la ley sería la oferta valiente y democrática.
Pero el ruido de la crispación aturde incluso a quienes lo crean y hace a la política sorda, rácana y endogámica. Apta sólo para militantes.
Arriesgar no está bien visto. Cada uno se enroca en sus posturas hasta la sordera autista final. Los problemas no se solucionan, se pudren y enquistan hasta que la única salida es la cirugía (¡qué mal recuerdo de otras épocas y filosofías !).
Juan Pablo Fusi fustigaba hace unos días a quienes han roto la "unidad moral" de España y el sistema de la restauración democrática.
Los culpables, según el historiador, "la política: el gobierno, la oposición, los partidos y sus dirigentes, los medios de comunicación". Todo el entramado institucional. Y lo resume en el título del artículo: La democracia en crisis.
¿Está en crisis la democracia a o una cierta idea de ella?
Ahora que la moral es una batalla neurológica en la corteza cerebral a lo mejor la solución es un fuerte sacudón en muchas ideas institucionalizadas por muchos pero aceptadas y defendidas por menos de lo esperado.
Los argumentos de Fusi recuerdan a los expresados hace poco por Gabriel Tortella. Ante una realidad que algunos no gusta la solución es secuestrar la democracia por el poder de una cierta meritocracia que da por buenas ideas y situaciones con las que muchos ciudadanos parecen no concordar.
Las repúblicas de los sabios siempre han acabado extrañamente en dictaduras. Alerta.
Las causas de la supuesta crisis pueden ser compartidas por mucho, pero el análisis no es aséptico.
"Los grandes problemas históricos del país -democracia, forma del Estado, atraso económico, organización territorial, papel de España en el mundo- estaban definitivamente resueltos", dice Fusi. Argumentos aplaudidos desde la derecha (Delgado Gal) y criticados desde la izquierda (Ramoneda).
¿De verdad estaban resueltos?
No.
En mi opinión Fusi confunde el consenso de la Transición, que tanto ha defendido, con una interiorización real del sistema democrático y autonómico.
La situación actual muestra más elementos de inestabilidad que de acuerdo político. Y por primera vez en mucho tiempo una parte de la sociedad vive muy pendiente y comprometida con la política mientras otra gran parte del país está cada día más alejada de los políticos y del sistema.
La guerra de los partidos se impone a la política y la vida real.
Tanto que los cambios sociales y legislativos del gobierno socialista se empañan por su lío territorial y la oposición de la política del miedo mientras el partido conservador se enroca en posiciones que reducen su discurso hasta hacer casi imposible el diálogo.
Y más allá de la soberanía nacional los nacionalistas y los barones territoriales aprovechan el poder y recursos del sistema para apretujar votantes en el calor del vientre populista de la pequeña comunidad, bien abrigada por las regalías del estado autonómico.
Quizá la crisis es necesaria porque la democracia española es demasiado política (en el peor sentido de la palabra) y poco social, poco abierta. Está confinada a unas élites profesionalizadas que no representan ni el pluralismo de la sociedad ni atienden -la mayoría de las veces- a sus más cotidianas preocupaciones.
El problema no es la ruptura moral, porque nunca hemos llegado a construir el terreno común para ese soporte de lo público. El problema es que la modernización reflexiva que tanto necesitamos no se ha producido ni ha impregnado a la ciudadanía.
Falta sociedad y diálogo democrático. Sobra poder, encastillamiento y una información más atenta al poder que al debate.
Bendita crisis si trae una destrucción creativa haciendo más abierto y transparente el debate político y social.
Lo seguro es que si los secuestradores de la democracia, desde el poder político o el miedo a los cambios y la ciudadanía, se aferran a viejos conceptos y consensos impuestos (por fuerza o desidia), nuestra democracia no mejorará.