¿Salvará el miedo a la Tierra? ¿Será la globalización la aliada de Gaia para librarnos del desastre ecológico?
Thomas L. Friedman, uno de los más famosos columnistas de The New York Times, y el científico James Lovelock coinciden en una esperanza: el interés nacional y de las multinacionales convertirá a las grandes fuerzas de la globalización al poder verde.
El terrorismo y las amenazas financiadas por la petropolítica junto a la preocupación de los países ricos por salvaguardarse de las potencias emergentes impulsan, al fin, los compromisos ecológicos.
Es la tesis de Friedman en su artículo y una de las de Lovelock en su libro La venganza de Gaia.
Lovelock plantea una nueva utopía. Llama a abandonar el humanismo que entiende a la Tierra como el gran solar y la granja de la humanidad. Menos humanismo y más comprensión global, panteísta casi, de Gaia, el hábitat de la vida, de la biología a la química.
Friedman va al grano. Como en todos sus libros y siguiendo la gran tradición norteamericana es un gran pragmático: de seguir así otros serán más poderosos que las grandes potencias y no habrá marcha atrás. Y además el petróleo sustenta a oligarcas, dictadores y terroristas.
Lovelock defiende la energía nuclear como única solución. Friedman, también.
El cambio climático como una de las grandes amenazas del futuro. El miedo nos hará verdes.
Podía haber sido de otra forma. Ahora a esperar que Lovelock no tenga razón y la enfermedad de la vida en la Tierra sea curable.
Entre las formas para hacerlo, dos relativamente accesibles, coinciden el científico y el periodista citados: apostar por las ciudades sostenibles, verticales, y por la tecnología de bajo consumo.
Ciudades y arquitectura sostenibles como la defendida por Jean Nouvel, con el permiso de las luces de la Torre Agbar, siguiendo el rastro de Richard Rogers.
El miedo y la amenaza alejados por la ciudad para ciudadanos. Ciudad abierta y flexible como las defendidas por Richard Sennett y Ulrich Beck.
Tecnología liberadora porque nos permite hacer más con menos e incluso, aventura Lovelock, librarnos de algunos de nuestros instintos atávicos. El ciberciudadano ciborg es sentimental, pero no esclavo de la naturaleza aunque la Madre Gaia sea imprescindible.
Esperanza de una nueva ciudadanía más capacitada, con más poderes y autonomía individual, más allá de tanta voz identitaria, nacionalista, alarmada.