"La libertad consiste, precisamente, en no pasar sin más de la emoción al acto". José Antonio Marina avisa. La pasión sentimentalista apura al ciborg sentimental para quitarnos raciocinio. La química y la biología de nuestro cerebro se altera con la saturación informativa y la política de los sentimientos.
Y así nos va.
El consumismo -de noticias, cosas, identidades, políticas- sacude el endocrino y nos hace correr con ese furor existencial de la vida líquida tan bien pintado por Zygmunt Bauman. La lujuria de vivir y sentir atrapa al ciudadano ciborg.
Observando a algunos políticos, protagonistas de la vida social, famosos de distinto pelo, medios y grupos sociales uno se pregunta si entendemos algo o somos una pasión encerrada en la habitación china de John Searle.
No entendemos nada, pero podemos repetir todo. Sentir y expresar hasta el paroxismo de la incomprensión disfrazada de discurso.
¿Está el fantasma de la máquina empujándonos al caos?
Quizá la aceleración es tan rápida que la necesidad de actuar (simulacro de ser) sólo nos deja espacio para el sentimiento. Y la libertad se reduce atrapada por la urgencia y la lujuria de vivir.
Lust for life. Iggy Pop