Internet se viste de negro. De la Wikipedia a Google, los sitios más representativos de internet protestaron con un bloqueo de sus páginas contra las leyes SOPA y PIPA norteamericanas, impulsadas por Hollywood y los grandes de los contenidos para bloquear webs en defensa de la propiedad. Un cerco que corre el peligro de atacar la misma estructura de internet y de ser arbitrario e injusto.
Internet de luto. Un duelo continuo en una guerra estéril, eterna y convertida en mal crónico de la sociedad de la información. Las empresas de la era industrial, con su enfoque de hiperoferta consumista y su dominio de los mercados, intentan frenar a la nueva industria digital, el intercambio entre usuarios y a quienes se aprovechan para irrumpir disruptivamente en el negocio o para lucrarse con prácticas deshonestas o delictivas.
De luto, las víctimas: ciudadanos atrapados en el frenesí de un acceso a la cultura, la información y el entretenimiento mayor y más barato que nunca a través de multitud de dispositivos y servicios. Al clic de un dedo en una pantalla. De luto la innovación, acosada por la crisis y la resistencia de lo viejo (mercados y leyes). Luto entre los creadores con los bolsillos rotos de los derechos de autor. Luto en el juicio ciego de los legisladores.
Contra SOPA/PIPA se ha pronunciado la Casa Blanca de Obama y un grupo de legisladores impulsa Open Act, una propuesta que cambia la batalla: de los derechos fundamentales a los comerciales, asegurar la libertad y crear herramientas para evitar el fraude y asegurar la compensación de los derechos de autor. Una idea sobre la que insistimos en la discusión de la ley Sinde.
La piratería no se para con un estado de sitio digital. Ni persiguiendo o amenazando a los usuarios ni sus derechos. Tampoco con un canon universal como el impuesto en España. Mejor promover la oferta competitiva y perseguir el dinero para bloquear los ingresos de los infractores manteniendo los derechos de copia privada y libertad de información. Eso defiende Open Act, como la gente y empresas alérgicas al luto y a las guerras baldías.
Columna en los diarios de Vocento