Thursday, July 07, 2011

Piratas en la SGAE

El entramado pirata de la SGAE tiene su centro en la sDae, la Sociedad Digital de Autores y Editores. Ironía digital: los piratas estaban en casa. Teddy Bautista y su socio Rodríguez Neri tienen mucho que explicar ante el juez, los autores y los ciudadanos. Sólo unos pocos como Luis Cobo se atrevieron a denunciar la trama del poder acumulado por el presidente y sus cómplices.

El Ministerio de Cultura se embanderó en la ley Sinde, abandonó su deber de control y desoyó los reclamos de algunos socios, la Comisión de la Competencia, expertos y ciudadanos. Cultura ha apoyado siempre a la SGAE, no sólo a favor de una concepción monolítica de los derechos de autor, contra las descargas o con un canon digital injusto, como ha sentenciado Europa, sino también contra empresas e instituciones obligadas a aceptar las decisiones unilaterales de la sociedad de gestión en un mercado férreo, con licencias caras e inservibles para los nuevos negocios digitales.

A través de las subvenciones, el control de los derechos de autor y el respaldo de Cultura e Industria, la SGAE ha construido un poder absoluto. Con un sistema de reparto y elección de representantes nepotista, sin vías eficientes de reclamación ni arbitraje para los ciudadanos o una industria atónita ante una gestora que dificultaba el negocio ajeno mientras lo explotaba en beneficio de unos pocos.

La reivindicación de los derechos de autor justifica todo y ha creado una burbuja donde los cientos de millones anuales de recaudación repartidos con gran opacidad han sido la tapadera. El coro de Bautista no ha dejado de entonar el salmo de su defensa con el conjuro mágico de la palabra cultura.

Ese poder absoluto, falto de control, ha topado con la justicia como hace unos meses chocó con la sentencia contra el canon y con la Comisión Europea, defensora de un mercado único de derechos con competencia entre gestoras y de licencias adecuadas para los nuevos medios. La cultura, sus creadores, los consumidores y las arcas públicas, saqueados por sus más fieros defensores. Un libreto digno de una tragedia clásica.

Columna en los diarios de Vocento