Regular la prensa. Vuelve la amenaza con el escándalo de Rupert Murdoch y su sensacionalista The News of the World. Todos los controles han fallado: los legales, los políticos, los policiales. Las oscuras relaciones entre prensa y poder desatan un coro de indignados reclamando control sobre los medios. La libertad de prensa corre el peligro de ser víctima de los abusos de unos pocos cuando el único filtro que no ha fallado es el del propio periodismo y la obstinación de The Guardian en perseguir el caso de las escuchas ilegales. ¿Es posible regular los medios para tener mejor periodismo?
A menudo, lo que sobra es control político mientras falta pluralismo, pero también una prensa y una audiencia críticas y combativas que vigilen y rechacen las malas prácticas y los abusos. Para lo demás están las mismas leyes que todo ciudadano, institución o empresa deben respetar. El resto es censura.
¿Y qué regular? La prensa no tiene regulación desde el final de la ley Fraga de 1966. Televisiones y radios siguen sometidas a las licencias y a limitaciones de publicidad y de programación en horario infantil. Pero el universo digital acaba con el poder nacional de los estados y rompe las barreras entre medios. Blogs, vídeo y redes sociales superan cualquier tipificación y límite entre medios periodísticos y ciudadanos cuando muchas personas reclaman el mismo acceso de los periodistas a la información.
Los indignados del 15-M protestaron contra todos los poderes, también contra los medios. Los políticos persisten siempre en el control de las televisiones: la pieza más codiciada es RTVE, el resto de las públicas suelen vivir bajo control con muy pocas excepciones. Cuando la crisis aprieta y crece la desconfianza ciudadana, los políticos se han atrevido a imponer cuotas hasta en los telediarios de las cadenas privadas. El Consejo Estatal de Medios Audiovisuales (CEMA) sigue innato pese a su alumbramiento en la Ley Audiovisual. Los partidos pelean por sus sillones y las televisiones presionan por sus intereses.
La censura existe y aparece en cada cabello de la hidra del poder. Las ruedas de prensa sin preguntas son ya una mala costumbre contra la que al fin han empezado a rebelarse periodistas y ciudadanos con el grito #sinpreguntasnocobertura. La Casa Real tiene una larga historia de frenos al periodismo y las grandes empresas no se privan de ejercer su poder.
En España no hay prensa sensacionalista declarada. Es un déficit de mercado, no una virtud. Pero el sensacionalismo inunda medios pretendidamente de calidad, que no se privan de sectarismo, la explotación de los sentimientos y las emociones, la intrusión en la intimidad y la vida privada, y la manipulación de la realidad. La mayoría de las televisiones han convertido la telerrealidad en un género que impregna noticias y entretenimiento. Todos incumplen una de las mejores definiciones del periodismo sensacionalista, la de Hugh Cudlipp, director del Daily Mirror y fundador de The Sun: “Sensacionalismo no es distorsionar la verdad. Es la vívida y dramática presentación de los hechos para lograr un fuerte impacto en la mente del lector”.
Los políticos británicos piden más regulación cuando ha fallado la Press Complaint Comission, el órgano de autorregulación de la prensa. Pero la mejor defensa contra el mal periodismo es buen periodismo y una ciudadanía crítica y exigente.
En el escándalo Murdoch aparece otro factor que siempre ha constituido una amenaza: la concentración, y el escándalo ha evitado la ampliación del control de la televisión BSkyB. De ese mal no estamos libres. El mercado de la televisión está en manos de Mediaset después de la absorción de Cuatro y forma con Telefónica un duopolio que controla la televisión en abierto y la de pago.
La concentración multimedia siempre ha sido una amenaza regulada en países como Estados Unidos, pero nunca en España. Cuando todos los medios son digitales, la expansión multimedia parece la única forma de garantizar la independencia económica, clave para que medios y diarios no dependan del poder político, como ocurre con muchos, especialmente locales.
La solución puede ser una trampa. La sufren ya grupos con licencias de TDT de dudosa viabilidad económica y que multiplican también la concentración de la opinión.
Medios fuertes e independientes, con limitaciones a la concentración, periodismo sobre el propio periodismo y control ciudadano, ahora que las redes e internet facilitan el seguimiento y las reacciones, son indispensables. Libertad y ciudadanía crítica, como nos enseñaron pensadores como Walter Lippmann o Jurgen Habermas, son la mejor regulación.
Análisis en Estrella Digital