Retrasados. Incapaces de navegar y encontrar de forma rápida y eficiente información útil y de calidad. Con baja comprensión y habilidad lectora. Perdidos en el ciberespacio y condenados al corta y pega. Es el desolador retrato del informe PISA-ERA sobre competencias digitales de los alumnos de 15 años. 0tra vez relegados a los pupitres del fondo entre países de la OCDE, como en lectura, matemáticas o ciencias. Un país sin nativos digitales. No formamos ciudadanos libres y críticos, sino clientes hiperconsumistas condenados a perder el tiempo, a consumir mucho, y a producir y pensar poco. Maldición de nuevos ricos.
Leer el informe es hundirse en la pintura negra de un país que grita muerte a la inteligencia y que inventen ellos. Pero esta falta de habilidades en los jóvenes, fuente de futuro, competitividad y el bienestar de mañana no ocupó una línea en el debate del Estado de la Nación. Los políticos se relamen en discursos y acusaciones mientras los padres afrontamos con más preocupación las vacaciones.
La educación muestra que no enseñamos a leer, a comprender, a navegar y a compartir. Falta inteligencia útil y crítica, y se pierde tiempo en la confusión.
La educación sigue sin ser prioridad excepto para luchas ideológicas y religiosas. Los maestros tienen escasa formación permanente, poco estímulo, bajos salarios y peor consideración social. Sólo una comunidad de entusiastas lucha contra el desencanto en las aulas de un país desagradecido. Dijo John Dewey, pedagogo y precursor 2.0, que la tecnología marca las fronteras del conocimiento y la democracia, y que enseñar a estudiantes de hoy como a los de ayer es privarles de mañana. Criamos ciudadanos de fronteras pequeñas y futuro corto. Un crimen contra las nuevas generaciones.
El Ministerio confía en los ordenadores de Escuela 2.0 para atajar brecha con el tecnodeterminismo de quienes padecen también las carencias reveladas en el informe. No son las máquinas, sino las destrezas y el cambio cultural lo que asegurará el futuro. Los expertos no dejan de proclamarlo, pero los despachos ministeriales padecen sordera del siglo XIX.
Columna en los diarios de Vocento