Una huelga por condiciones laborales ha dejado a El País sin firmas. Sus lectores encuentran estos días un diario huérfano, donde no reconocen la autoría de las informaciones. Los cuatro directores de El País se quejan y acusan a la redacción de "tomar de rehenes a los lectores". Una dura reprimenda que subraya una contradicción: ¿es ético retirar las firmas cuando se mantienen las "valoraciones, opiniones, comentarios y análisis" de los autores?
Una huelga de firmas debería desvelar una información menos personalizada. El País fue pionero en España en la firma de prácticamente todas las informaciones. Una política que ha llevado a muchos abusos.
Hoy es difícil encontrar un periodismo con tantas firmas como el español. Ni en Europa, Estados Unidos o Latinoamérica, las culturas periodísticas más próximas, se da un caso semejante. Incluso medios de referencia como The Economist siguen sin firmar las crónicas sin perder enfoque interpretativo y analítico.
Aquí se llegan a firmar notas y ruedas de prensa o ediciones de teletipos. El exceso de firmitis, una afección endémica del periodismo, y el mal entendimimento de la autoría ha favorecido un periodismo soberbio, excesivamente personalista y que a menudo confunde responsabilidad con vanidad.
En la carta a la redacción, los directores de El País piden una separación entre lo laboral y lo profesional confusa estos últimos años, tanto en ese diario como en la mayoría de los medios. No es seguro que la multiplicación de firmas en las informaciones haya aumentado la responsabilidad e independencia de los periodistas, pero sí ha producido una subjetivización de la información, el relajamiento de los controles de edición y el debilitamiento de la cultura profesional, los criterios y estilo editorial de cada medio.
En muchos medios sobra subjetivismo y falta una cultura profesional más exigente. No hace falta volver a los viejos editores que titulaban y decidían todos los contenidos, pero una redacción con demasiados personalismos y débil control editorial es una amalgama de voces sin una propuesta clara y concreta para el lector.
Esa es la gran diferencia entre medios de fuerte cultura profesional y el resto. Los primeros -The Economist, The New York Times o Die Zeit, entre otros- privilegian una fuerte cultura y estilo editorial frente a las voces personales. Cuando la información se firma es por una calidad excepcional o en situaciones en las que conocer la autoría y situación del periodista aporta elementos importantes al lector.
En esas culturas periodísticas la opinión está claramente deslindada de la interpretación y el análisis. La primera, juzga y se posiciona; las segundas aportan elementos valorativos para mejorar el entendimiento y contextualización de la información. En las culturas periodísticas con mayor peso de la cabecera, la impronta del medio permeabiliza la información, sus elementos y la voz de los reporteros. Incluso en los de sus estrellas.
En Latinoamérica, dónde he desarrollado gran parte de mi carrera profesional, se sigue ese ejemplo. Limitar el uso de las firmas protege a la redacción frente a las presiones y poderes externos, reafirma el control por los editores y jefes de la redacción, y ayuda a crear un estilo compartido que permite diferenciar por su voz y recursos expresivos a unos medios de otros. Algo cada vez más difícil en un periodismo egocéntrico, pero no por ello con más autoría real.
Cuando el valor y alcance de la voz personal es mayor que nunca gracias a los nuevos estilos periodísticos, los blogs, las redes sociales y la evolución de muchos periodistas hasta convertir su firma en una marca, reivindicar un cierto estoicismo de la autoría, reforzar el control editorial y la cultura de la redacción -aún en redacciones descentralizadas- es una diferencia entre los medios profesionales de calidad y el resto.
Esa es la responsabilidad de la cabecera, su director y editores. La transparencia aumenta porque queda más claro donde pesa más el trabajo individual frente al colectivo y la responsabilidad se comparte con mayor equilibrio: la cabecera y su director protegen a los redactores, que a cambio reconocen esa autoridad profesional.
Es entonces cuando aparece claramente deslindado lo profesional de lo laboral y no se confunde al público entre la voz de la cabecera y la de cada periodista o colaborador, que firma como valoración de su trabajo o porque se aparta de los criterios editoriales.
Con Bertold Brecht exhorto a los periodistas a ser menos autores y más obreros de la información. Por su bien y el de los lectores. Por la transparencia, la responsabilidad y una información con mayor calidad y menos subjetividad, que a menudo encubre una débil exigencia periodística.