Contra la TV basura
Aznar ha pegado el petardazo con su ataque a la televisión basura y su crítica a empresarios y profesionales. Todo el mundo la critica, pero muchos la ven. Ninguna cadena se libra, en mayor o menor medida, de un fenómeno mundial que ha llevado a un duro debate sobre sus consecuencias y se ha plasmado en miles de páginas de diarios, la mayoría a rebufo del presunto interés de los lectores en un círculo vicioso que pocos se atreven a romper.
El presidente del gobierno criticó la renuncia a la intimidad y la exhibición "de gente que no se sabe quién es, de dónde ha salido, contando miserias, insultándose de la manera más descarnada, aireando todo tipo de intimidades".
El debate arrecia y Aznar ha sido contestado por sus oponentes políticos al recordarle que las televisiones públicas, estatal y autonómicas, no están libres del mal. Algunas asociaciones de telespectadores replican que la administración no hace cumplir la ley, porque la directiva europea Televisión sin Fronteras protege a los menores, aunque sólo cita expresamente los contenidos pornográficos y extremadamente violentos.
Mucho se ha hablado del homo ludens y del empobrecimiento de la capacidad de entender que produce la televisión. Habermas, Sartoris y otros han insistido en el tema. Pero al final están los beneficios y el ansia moderna de vivir las vidas de los demás desde el aburrido sillón hogareño.
Al otro lado de la televisión basura están los programas de calidad. En los países donde los reality shows se han desarrollado con fuerza ha estallado también la producción de series de calidad y gran éxito. De las americanas Six feet under o Sex in NY, a las españolas Cuéntame o Siete vidas. Los críticos de la televisión británica aseguran que los celebrity shows han dinamizado la TV.
Los reality comenzaron ortorgando al ciudadano común los tres minutos de gloria prometidos por la cultura pop y han acabado confundiendo realidad y ficción en un sueño orwelliano. Los telespectadores viven las vidas de otros, pero no las de los héroes intachables de John Ford, ni los torcidos destinos del cine negro. Ahora viven las vidas más cutres. Cuanto más despreciables, más atractivas. La tragedia y la comedia se esfuman, queda la pornografía, moral y carnal.
La mediciones demuestran que la audiencia ve lo mejor y lo peor de la TV. Curioso péndulo.