Thursday, April 26, 2012

La factura del niño

Federico se encontró con un recibo de 500 euros en su iTunes. Inexplicable hasta ver la retahíla de actualizaciones de juegos. Su hijo cayó en la trampa de los pagos en las aplicaciones con el frenesí del clic de un dedo. Federico se considera culpable por dejar su contraseña activada y no vigilar suficientemente de cerca a sus hijos. Otras familias no son tan comprensivas y la trampa de la facilidad de los pagos virtuales ha acabado en crisis y enfados. Apple y Facebook se enfrentan de nuevo a demandas en Estados Unidos por no controlar suficientemente las compras de los menores de edad.

Muchos nativos digitales son también hiperconsumidores compulsivos, acostumbrados al tiempo real, a poder acceder a todo y ya. Tanto Facebook como Apple piden control paterno o de un tutor para las compras de los menores, pero la realidad es bien diferente. Una gran parte de las aplicaciones son 'freemium': ofrecen su servicio gratis para cobrar por actualizaciones o complementos. La obligatoriedad de reintroducir la contraseña y los 15 minutos de vigencia introducidos por Apple muchas veces no son suficientes.

Algunas familias utilizan diferentes contraseñas para evitar problemas, pero los peligros de la identidad digital y la comodidad de los pagos digitales acechan. Las empresas luchan por conseguir el número de la tarjeta de crédito de los usuarios para facilitar su negocio; los usuarios, para comprar con un clic, sin esperas, pero la factura a veces puede ser demasiado onerosa.

El control de los menores en el mundo digital es una pugna constante. Las autoridades piden a las empresas más control, muchos padres se hacen amigos de sus hijos en las redes sociales para vigilar qué publican y comparten, pero casi ninguno cierra a los menores el atractivo y las oportunidades de las nuevas pantallas. Consumidores y empresas necesitan más confianza. La facilidad en las compras no debería estar reñida con la posibilidad de deshacer errores y pagos indeseados bajo ciertas condiciones. Los bienes comprados son virtuales, pero el daño es a menudo muy real.

Columna en los diarios de Vocento