No todo vale. Los excesos de la telebasura indignan a muchos. Los de la publicidad y los planificadores, también. Cuando el periodista Pablo Herreros decidió emprender una campaña contra La Noria, el programa de Telecinco, promovió un boicot contra los anunciantes, que han ido retirando sus anuncios del espacio de Jordi González. La telebasura, asediada. Pero junto a la responsabilidad de sus promotores es imprescindible reclamar la de los planificadores que venden audiencia sin pudor ni criterios, la de los anunciantes y publicitarios inmunes a la vinculación de las marcas con ciertos contenidos, y la de quienes se benefician sin recato de quien más paga a sus tertulianos y practica periodismo basura de chequera y sensacionalismo.
La telebasura es imperialista. Avanza sin freno ni controles en todo el mundo. Temporada a temporada va un paso más allá para seguir atrayendo a una audiencia atrapada por el desenfreno emocional de la telerrealidad. Las miserias de la tele hacen más llevaderas las propias:efecto placebo. La audiencia devora sensacionalismo para ebitda de algunas cadenas. Los publicistas aseguran ingresos y GPRs, los anunciantes pagan gustosos. Muy pocos se niegan a colocar sus anuncios en los programas de mayor audiencia y planificadores y cadenas abusan del reinado comercial de la televisión.
Algunos se preguntan si la retirada de la publicidad de La Noria es sincera y porqué tantos anunciantes mantienen sus spots en otros programas de similar calaña. En la discusión en las redes surge la duda de si un boicot semejante tendría éxito contra un medio por su información o su posición editorial sobre temas polémicos. Pero esa discriminación siempre ha existido. La publicidad compra sobre todo volumen de audiencia pese a las promesas de segmentación y la selección de perfiles de público.
Protestas como la campaña contra La Noria son una pequeña terapia contra la impunidad y los abusos. Demuestran a los anunciantes que ya no se puede tratar a la audiencia como una mercancía y que las marcas están obligadas a escuchar y a comportarse como sus clientes esperan. Casi 15.000 personas han firmado la carta contra La Noria. No son muchos, pero su poder es grande porque los tuits y retuits de las redes despiertan la curiosidad de los medios, multiplican el debate público y llegan a las páginas sociales de los anunciantes para reprocharles el mercantilismo de sus conciencias.
A la espera de la autoridad audiovisual (CEMA) prometida en la Ley Audiovisual y frenada por los intereses de cadenas y políticos, la sociedad da un paso al frente. Es la mejor y más democrática fórmula de vigilar los excesos de los medios. No es perfecta ni está exenta de riesgos, pero la ciudadanía crítica es preferible a la dictadura del audímetro.
Columna en Estrella Digital