U Po Kyin no tenía miedo ni propósito de enmienda. Su crueldad, abusos y corrupción se podían arreglar con más maldad, indiferencia y donaciones para las pagodas.
Con el dinero suficiente, y siempre hay dinero para los corruptos, Kyin podía ayudar a construir un templo y librarse de una reencarnación en rata o cualquier otro animal inferior.
Los mismo que el malvado de Los días de Birmania, de George Orwell, los generales de Rangún han creído durante mucho tiempo que respetando formalmente la religión y a los bonzos, y donando joyas robadas a su pueblo para ornar la pagoda de Shwedagon podrían librarse de un destino de ratas o cucarachas.
Pero los monjes se han hartado.
La revolución azafrán vive en Birmania a pesar de la represión y los muertos. El enviado especial de la ONU ha llegado y se ha entrevistado con la enclaustrada líder de la oposición democrática, San Suu Kyi.
Pero China y Rusia no aceptan sanciones para los generales birmanos.
Como contaba Orwell en Disparando a un elefante, si los birmanos dependen de los extranjeros para arreglar sus problemas, el futuro no será la libertad.
Los birmanos seguirán siendo esclavos y viviendo en uno de los países más corruptos.
Pero si la comunidad internacional sólo es capaz de mantener formalismos diplomáticos y una vez más abandona al pueblo birmano a su suerte, la muerte de algunos elefantes será tan inútil y ridícula como la que contaba el escritor inglés.
Pero los monjes se han hartado.
Los generales serán ratas aunque sigan mascando betel y escupiendo desde la veranda mientras contemplan la cúpula de la pagoda de oro.
Pero la comunidad internacional será, como Orwell, presa de sus propios errores si no es capaz de disparar al elefante que con ayuda de algunos neoimperialistas de la globalización mantiene a los generales en la veranda, lejos y por encima de su pueblo, hasta que se reencarnen en ratas.