La necesaria separación de periodismo y política
Eduardo San Martín, director adjunto de ABC, reflexiona sobre la virulencia periodística de los últimos tiempos y la atribuye a la falta de independencia entre políticos y periodistas.
San Martín señala algunos problemas críticos de parte del periodismo español, especialmente el practicado en los medios nacionales. No le falta razón, pero es imprescindible acotar el alcance de sus reflexiones.
Junto a quienes son responsables y protagonistas de esos comportamientos, amplificados en columnas, tertulias y otras zarandajas más propias del propagandismo que de la información, conviven periodistas conscientes de su trabajo, profesionales y responsables con la información y los ciudadanos.
Periodistas que son los primeros perjudicados por los vicios de los que habla el director adjunto de ABC:
>> maltrato y falta de responsabilidad del derecho a la información del público;
>> tendenciosidad;
>> suplantación de la información por ajustes de cuentas personales o de intereses ajenos a los periodísticos;
>> confusión entre la labor informativa y la asunción de un rol político (propagandistas y opositores);
>> emparejamiento y dependencia de políticos y periodistas;
>> confusión entre los intereses informativos y los empresariales;
>> falta de humildad;
>> síndrome watergate.
El diagnóstico culpa a la Transición y su ensalzamiento del papel de unos y otros en el advenimiento y defensa de la democracia. El matrimonio de aquellos años pervive con algún maltrato e infidelidad de por medio.
Sobre los lazos de entonces se han superpuesto otros personales y empresariales en un ámbito donde la distinción de roles entre unos y otros es borrosa.
Para rematar, como señala San Martín, dos épocas han sido especialmente convulsas: los últimos años de Felipe González en La Moncloa y el bienio final de José María Aznar en la presidencia del Gobierno.
Nuestros presidentes de Gobierno parecen abocados a dejar el cargo a pedradas con la prensa después de lunas de miel y batallas compartidas.
Los dos últimos habitantes de La Moncloa han acabado devorados por los medios después de haber alimentado durante tiempo camarillas de adeptos y de antagonistas.
Al final de cada mandato se repite la escena de empujones y codazos entre unos y otros para recolocarse de cara al nuevo futuro y cambio de poder político.
"Es importante para los periodistas reconocer sus límites. Al final no somos actores, y no debemos aspirar a serlo. Nosotros no somos los responsables de las acciones… La crítica tiene su papel en una democracia, pero nosotros no tenemos el compromiso de conseguir resultados".
Son palabras de Hugo Young, uno de los columnistas británicos más reputados, fallecido en septiembre pasado.
El columnista de la época gloriosa del Sunday Times y luego oráculo del progresismo en The Guardian se pregunta en su último libro sobre las mismas preocupaciones de San Martín:
"Si la separación del periodismo y la política no implica que los periodistas desafíen constantemente la extensión del poder arbitrario, entonces ¿cuál es la razón para no ser un político?"
Hugo Young. Supping With The Devils; Political Writing From Thatcher To Blair.
El periodismo y la democracia española necesitan un cambio de actitud de políticos y periodistas.
Los políticos no deben gobernar para y con los medios, sino para los ciudadanos. La mejor política informativa es no mentir e informar con la mayor transparencia posible.
El negocio y la responsabilidad del periodismo está en la información y con los ciudadanos. Alejarse de los políticos y tratarlos sólo como objeto periodístico es indispensable para mantener la independencia y no confundir intereses con información, negocios con opinión o noticias con comunicados.
Como dicen los Principios del Comitte of Concerned Journalist norteamericano:
1. La primera obligación del periodismo es con la verdad.
2. Su primera lealtad es con los ciudadanos.
…
4. Sus practicantes deben mantener la independencia de aquellos de los que informan.
Otro de los problemas de los últimos años es la falta de humildad, debido sobre todo al surgimiento de un estrellato periodístico. Algunos informadores –y especialmente columnistas y tertulianos– forman parte del espectáculo de la política y de la información.
Pasan a ser actores, con un papel y un tirón muchas veces envidiado por muchos representantes legítimos de los ciudadanos que deberían recordar que no están en la vida pública para ser famosos, sino para gestionar lo público en representación de quienes los eligen.
La conversión de los periodistas en estrellas del mismo firmamento que los políticos alimenta estas confusiones.
Políticos y periodistas comparten entonces la tentación de no dar cuentas a nadie. Un flaco favor a la democracia y al periodismo.
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