¡Qué bonita la cultura boba!
Lo malo de los ingleses es que siempre han despreciado al resto del mundo, a no ser que fueran sus colonias. Por eso no leen autores extranjeros, con excepción de algún americano, algún francés clásico y algún ruso imprescindible. Sólo García Márquez representa al castellano en la lista de las cien novelas más amadas por los británicos.
Por eso no es de extrañar que se líen, como hace Sarah Brightman, la estrella de los musicales de Andrew Lloyd Weber en la escena londinense.
TD-1, acabadas las genuflexiones al Gobierno y el relato del mundo feliz que nos rodea, Ana Blanco la emprende con la piececilla cultural que tan bien queda de remate.
Y sale Sarah. Ella es como nuestras folclóricas que nunca envejecen a fuerza de bisturí y gimnasio, pero en los michelines se va apagando su mirada de Yorkshire Terrier (que ella intenta colar por gatuna). El problema con Sarah es que mientras Cher y María Jiménez levantan Chueca, la Sarah no levanta ni la fila 12 del cine de mi pueblo.
Presenta su último disco, Harem y su visita a España en una pieza de esas que las discográficas deberían pagar en la televisión de todos. La chica se hace un lío intelectual con el Oriente Medio, Lawrence de Arabia y los Siete pilares de la sabiduría. Se ve que ella no ha pasado del atrio reimaginado por Prada para Hábitat. Y,claro, la pobre periodista tampoco.
Arranca el video de Harem y la voz en off la presenta como una canción de inspiración oriental, como todo el disco. TVE ni huele que Harem es una versión de Cançao do mar, una maravilla de Dulce Pontes, la renovadora del fado que declara padre adoptivo a José Afonso, madre espiritual a Amalia Rodrígues y primos a los cantos norteafricanos.
Es aquella canción que volvía loco a Richard Gere en una película antes y después de una matanza.
Lo malo no es que la periodista no lo sepa. Lo malo es que no lo averigüe. Está en el pressbook, está en la web de Sarah y su presentación del disco. Está en los créditos del CD.
La televisión boba de todos.
Para que luego José