Los políticos están asediados. Y confusos. No hay respuesta política a las dos grandes fuerzas que están cambiando el mundo: los mercados y los ciudadanos. Ambos tienen en común su evolución hacia un funcionamiento al margen de la democracia formal y del poder del estado gracias a un nuevo sistema operativo público donde se desarrollan nuevas herramientas económicas, sociales y tecnológicas. La partitocracia y los poderes públicos son cada vez menos eficaces para responder a los desafíos y demandas de los gobernados.
Vivimos una crisis de liderazgo y de eficacia de la política frente a un supercapitalismo –el poder de las grandes empresas denunciado por Robert Reich- que instaura sus propias reglas y a unos ciudadanos unidos por tecnologías e intereses concretos –las nuevas tribus- y hastiados de no encontrar en la democracia la respuesta a sus demandas e ilusiones.
La protesta de los indignados, la crisis financiera y la tímida respuesta europea o la rebaja de solidez crediticia de Estados Unidos son ejemplos de la crisis de la democracia actual. Los tres muestran la falta de apertura y transparencia de la política, su incapacidad para detectar y actuar contra los problemas antes de su estallido y la manipulación ideológica que deteriora la propia realidad y empaña su percepción pública.
Los políticos han prometido escuchar. A los indignados del 15M y a los muchísimos ciudadanos críticos con su gestión. Rubalcaba y Rajoy lanzan iniciativas electorales para oír a la gente. Pero llegan demasiado tarde y sus promesas contrastan con el comportamiento del gobierno del PSOE o con las autonomías y ayuntamientos del PP.
El paso de la permisividad con #acampadasol a la violencia de los últimos días con el intento de #tomalaplaza es una muestra de la sordera política y de la inutilidad de su monopolio legal de la violencia. La respuesta constante, pacífica y de movilización de los indignados derrota la estrategia represiva como ya había ocurrido con los incidentes de Barcelona.
Lo mismo ocurre con los mercados. La falta de decisión política, en Europa con un rescate más consistente de las economías en peligro y la falta de una política económica y fiscal común, o en Estados Unidos con el paroxismo demagógico del Tea Party y la incapacidad de Obama para una firme respuesta política ha convertido la negociación del déficit en una sátira castigada por los poderes económicos.
China, ejemplo de lo que el economista Ian Bremmer llama capitalismo de estado, sin libertad democrática ni económica, levanta su voz iracunda y sus enormes reservas de dólares contra la histeria política norteamericana. La semana pasada lo hicieron los mercados contra Europa tras el enésimo tímido intento político de atajar la crisis de la deuda. Una debilidad criticada por portavoces del capitalismo financiero como el diario Financial Times. Otro medio de referencia, The Economist, se ha atrevido a pedir el fin del euro y se ha encontrado con una contundente oposición de sus lectores.
La respuesta a una posible división del euro es otro ejemplo de la raíz de la crisis: ciudadanos y mercados protestan contra un sistema del que dependen. Todos atrapados en los cabellos de la medusa de un sistema en crisis pero todavía sin alternativa.
El capitalismo se olvidó de la economía productiva en los años noventa del siglo XX. La revolución tecnológica de la última década y la ausencia de otros modelos económicos le permitió extenderse y aprovechar la exuberancia irracional para crear productos con los que multiplicar la rentabilidad apoyada en los algoritmos de las finanzas cuantitativas y sus algoritmos de inversión manejados por ordenadores.
Los ciudadanos encuentran en internet y las redes sociales un nuevo espacio público donde informarse, compartir, debatir, organizarse y movilizarse sin liderazgos políticos o sindicales tradicionales, sin sus ideas filtradas por los medios de comunicación. Y, sobre todo, acceden a información y la ponen en común mucho más rápido que los gobiernos y la burocracia.
La revuelta de los indignados en España y otros países, los estudiantes en Chile o las revoluciones árabes son ejemplos del poder de los ciberciudadanos a pesar de la censura y la represión, incluso de regímenes totalitarios o de democracia limitada.
La política se ha quedado atrás. Superada la tradicional división derecha/izquierda, sólo se mantiene una diferenciación progresista/conservadora en lo social y la división es entre política abierta o cerrada. Entre una política permeable a los ciudadanos, transparente, flexible y de respuesta rápida frente a una partitocracia sorda, lenta, insegura, sin ideas ni modelos para responder a los desafíos de un mundo acelerado y plural, cuajado de poderes y fuerzas económicas, tecnológicas, militares y violentas, étnicas, religiosas, etc., ese nuevo feudalismo analizado por Parag Khanna.
Los ciudadanos y las fuerzas críticas –incluso las que se aprovechan de las crisis- han escogido las políticas de la resistencia para plantear demandas imposibles o bombardear a los gobiernos con demandas concretas y tan posibles –la propuesta de Slavoj Zizek- que no responder ante ellas es la mayor deslegitimación. Ese ha sido el triunfo del 15M entre los progresistas o de los mercados que cuestionan el estado del bienestar entre los neoliberales.
Todos piden eficacia a la política cuando se está reequilibrando el poder público y la responsabilidad individual. Desde los conservadores lo pide David Cameron con su Big Society y los progresistas con una refundación de la socialdemocracia responsable como la defendida por Tony Judt o Paul Krugman.
El Estado no ha sido capaz de encarar los riesgos sistémicos ni de establecer nuevos contratos sociales para sostener el estado del bienestar en la época de las vacas gordas, como recuerda Daniel Innerarity. Los ciudadanos y los mercados, tampoco.
La demanda de apertura, transparencia, responsabilidad y control de la gestión (pública, social, familiar o individual) afecta a todos. Hace falta refundar los contratos sociales y los propios conceptos de democracia y ciudadanía. Y ahí es donde la política es muda además de sorda y falta de liderazgo.
Columna en Estrella Digital