Friday, July 04, 2003

La renuncia a la información


Las opiniones son baratas; la información, cara. Las opiniones son libres; la información debe ser veraz, creíble y precisa. La opinión es personal, rápida, fácil de producir; la información es trabajosa, se resiste, es difícil de conseguir y de procesar.
Para editar opiniones no hace falta una redacción ni una cultura profesional, para hacer buena información, sí.
Sorprende que representantes de los principales diarios nacionales crean que es la opinión la que diferencia a los diarios. Menos mal que Valentí Puig recuerda que "un periódico no puede hacer una buena opinión si no ofrece una excelente información". Es cierto. Pero no lo contrario: la opinión no garantiza la información.
El director y el subdirector de The Washington Post, Leonard Downie y Rober Kaiser, denuncian esta tendencia en su último libro, The News about the News: "la sustitución de las noticias por la opinión y los comentarios". Y alertan: cuantas más opiniones, más duras, radicales y sorpresivas tienen que ser para llamar la atención.
En esa deriva información y opinión se confunden. La realidad se desdibuja y ya no se sabe cuáles son los hechos y cuál su interpretación.
Por supuesto: los grandes diarios deben ofrecer buena opinión, pero sobre todo noticias.
Dice Eduardo San Martín que los diarios deben volver al pasado. Depende qué pasado. Creíamos haber superado la retórica y el propagandismo para llegar a la prensa de información, orientada a desarrollar su función pública: aportar la información necesaria para que los ciudadanos puedan ejercer sus derechos y vivir su vida de la mejor forma posible. Y eso se consigue con noticias, no con opinión, no con literatura.
Como se puede leer en la declaración de principios del Proyecto para la Excelencia Periodística:
"El propósito central del periodismo es proveer a los ciudadanos de la información precisa y veraz que necesitan para ejercer su función en una sociedad libre".
Ya en 1926, cuando la prensa europea estaba dominada por los propagandistas, decía la Society of Professional Journalist norteamericana: "La primera función de los diarios es comunicar a la raza humana lo que sus miembros hacen, sienten y piensan".
Los hechos, sentimientos y razones que más importan son los de los protagonistas de las noticias, no los de quienes las redactan o las publican.
Ese es el compromiso de la prensa de información. Esa maravillosa prensa que compite, como los dominicales de calidad británicos, por ofrecer a sus lectores noticias exclusivas y de importancia. Esa voluntad informativa que hace que en estos momentos la BBC se enfrente a su propio gobierno en defensa de la verdad y contra la manipulación política. No para defender una opinión, sino para defender los hechos y el trabajo honesto de sus periodistas.
Lo fundamental no es la calidad literaria de los textos, sino los hechos, los procesos y los comportamientos que revelan. Si además están bien escritos, mejor.
Es oportuna la reflexión de San Martín sobre los cambios culturales, generacionales, del mercado de medios y de la oferta informativa. Debe reflexionarse más sobre por qué los diarios de calidad más vendidos de Occidente son los mejores informativamente. Por qué los nuevos lectores acuden a Google News para buscar la mejor información lo más rápidamente posible. Por qué los más fieles lectores de información en Internet destacan como primer atractivo la calidad de la información, según un reciente estudio de la Online Publishers Association.
Los jóvenes leen. La llamada generación txt se pasa el día escribiendo y leyendo mensajes de móvil. Y se lanzan a las librerías para tragarse 800 páginas de Harry Potter. Pero no leen diarios.
Dice Joaquín Estefanía que hay que tener cuidado con la comunicación (saturada de gabinetes de prensa, notas e informes interesados) camuflada de información. Ya lo decía T. S. Eliot (cito de memoria): "Cuánta sabiduría se nos ha perdido en conocimiento/cuánto conocimiento se nos ha perdido en información".
Pero se equivoca el director del Master de El País cuando dice que las páginas de opinión son las que dan carácter a un diario. La identidad nace de la agenda propia, de los valores, las ambiciones y los logros de cada organización profesional. También se equivoca cuando afirma que falta opinión en Internet. Eso, créame, es lo que sobra, empezando por ésta.
Todos recordamos al Washington Post por el Watergate, al New York Times por los Papeles del Pentágono, no por sus columnistas.
Vuelvo a los directores del Post: "Un diario serio ve su misión más allá de cubir los eventos públicos: quiere descubrir la información oculta".
Quizá es Adolph Ochs, un joven emprendedor de Tenesse que en 1896 compra el ruinoso The New York Times, quien define los estándares modernos del periodismo cuando promete, el día de su toma de posesión como editor, que presentará las noticias “de forma concisa y atractiva… tan pronto, sino antes, que el resto de los diarios” y “ofrecer las noticias con imparcialidad, sin miedo ni favor, sin tener en cuenta partido, secta o el interés que conlleve”.
Hace bien poco el director y el director adjunto de ese diario dimitieron por las mentiras y los plagios de un reportero.
Al principio de este curso de ABC en El Escorial, el director de El Correo, Ángel Arnedo, abogaba por la credibilidad y pedía que "los hechos hablen por sí mismos".
¡Larga vida a la información!