En el Bosque de los Ausentes del Retiro los cipreses de los muertos amarillean. Serán los efectos de la conspiración. A la vera de la montañita del recuerdo a las víctimas del 11-M un grupo de personas se reúne para escuchar jazz.
Tarde de sábado. Resuenan en los aburridos diarios las promesas repetidas de esta campaña sin fin de la política española.
El cuarteto se emplea con Bill Evans.
Alejados de los fastos del Lago de los Cisnes, representado en el gran estanque del parque, sumergido por un macroescenario, la música se entiende con las palabras en mil idiomas prendidas en cartelitos tras los músicos.
Antonio Carlos Jobim.
La cantante tiene tantos registros como distinta es la gente que escucha. A la guitarra un músico desgrana acordes a lo Django Reinhardt.
La audiencia son paseantes atrapados por un swing, grupos de jóvenes en busca de sombra para la cerveza, padres con hijos que juegan alrededor.
Sarah Vaughan.
Aquí no faltaban sillas ni había empujones. Todos cabíamos y podías sentir el retumbar del contrabajo en las láminas de la silla.
En una esquina del Bosque del Recuerdo, donde la planificación afrancesada del alcalde Gallardón se topa con los viejos árboles de un Retiro más abierto, la música encuentra y nos encuentra sin el arficio que a menudo asfalta el parque de trailers y achica un espacio público, ensordecido por tanta fanfarria.
Ella canta. Suena una guitarra. Saluda un amigo.
So nice.
[Poco después llego a casa y me encuentro a la España de la peor copla convirtiendo por la tele a la Pantoja en estandarte de quién sabe qué porque toca en Valladolid mientras sus millones sospechosos también valen para la política del engaño]