Los Goya, la gran fiesta del cine español, llega engalanada con la polémica ley Sinde, la renuncia del presidente de la Academia, Álex de la Iglesia, por su comprensión postrera de la oposición a esa ley y los malos resultados de taquilla.
La recaudación ha bajado en 2010 y las películas españolas han logrado menos de 77,5 millones de euros, la peor butaca desde el año 2000.
Los internautas han lanzado la Operación Goya para protestar contra la ley antidescargas. Directores, productores y actores entonan su sempiterna letanía de quejas.
Pero la ficción del cine no dejará que se embarre la alfombra roja y sus lujos, desplegada esta vez en el Teatro Real a la espera de las limusinas. Demasiado lujo para tan poco negocio y para ser tan malqueridos.
Es la gala de la división entre los propios cineastas y con el público. Lujo y escotes no la disimularán. Cuanta peor taquilla y menos aprecio del público, más fiesta. Cuando la crisis aprieta, más focos, más escenografía, más espectáculo. That´s entertainment!
Al cine le falta humildad y le sobra ego. Más realidad y menos ficción, al menos en las cuentas. Cuando la recaudación en taquilla cae muy por debajo de los 121 millones de subvenciones estatales y autonómicas recibidas en 2009, y más aún de los 197 millones de euros invertidos por las televisiones (datos de 2008, los últimos del Ministerio de Cultura), más que fiestas la Academia del Cine debería dar explicaciones.
Las televisiones, obligadas por ley, y las subvenciones públicas forman la economía del cine español. Entre las dos salvan las cuentas. El mal principal es la falta de conexión con el público. Los fastos desaforados, con abundante presencia de políticos incluidos, no ayudan al público a sentir este cine como suyo. Y sin emoción el cine es aburrimiento.
Con tan poca taquilla al cine debería preocuparle sobre todo tener más pantallas de exhibición y hacerse querer. Con sus precios y limitaciones exageradas para la exhibición en nuevos medios como el vídeo bajo demanda o el streaming en internet va en contra de los hábitos de los consumidores. Aumentando la persecución tampoco lograrán más atención ni cariño. Pero es más cómodo quejarse y reclamar más subvenciones y publicidad sin crítica.
Menos ego, más modestia en la producción, menos galas y menos soberbia. Elementos para que el cine empiece a ser de todos y la división sea sólo qué pantalla se prefiere, en casa o en las salas. Y no esta repetida cruzada de los que viven del público contra quienes les pagan.
Columna para Estrella Digital