En la nueva España de las Taifas no podía ser de otra manera. La televisión es una cuestión nacional. A estas alturas lo es cualquier otra cosa, y peor si para castigo de los pergeñadores del plan de viabilidad del Ente Endeudadísimo anda por medio Cataluña, cuyos políticos se enfadan cuando la imagen del estado está demasiado presente en sus predios y también cuando quiere aligerarse.
Dicen que todo es por el idioma, razón inapelable de que todo es por el poder: el gran negocio de la radiotelevisión pública.
Bien lo saben las autonomías, explotadoras voraces del poder de la imagen, la lengua y los nuevos iconos del consumo y el estado plural benefactor, cuya tesis fundacional es que nunca a tantos políticos les debe el ciudadano agradecimiento por los servicios públicos que pagan sus impuestos y determinan, aunque a veces muchos lo olviden, sus votos.
Los sindicatos han aprendido la lección de tantos años y soplan el clarín de la cohesión nacional para defender a RTVE del plan de viabilidad preparado por la SEPI (Sociedad Española de Participaciones Industriales, ¡qué mal nombre para este entuerto!) y la dirección del Ente Burocratizado.
La patria comenzó con la sangre y la tierra (todavía sigue allí), se enriqueció espiritualmente con la religión para luego hacerse fuerte con la leva obligatoria, el estado nacional y la educación.
La radio siempre fue más revolucionaria, animada por los himnos jolgoriosos de la FAI y los bandos bélicos de Queipo de Llano. Franco, el general aquel de los 40 años, aprendió de su pasión cinéfila y siempre confió más en el NoDo, donde tan bien quedaban las camisas abiertas y las banderas de los falangistas. Felipe González encandiló en la tele y los dirigentes autonómicos lo siguieron.
Hoy la patria vive de la caja boba y los servicios públicos (Perón, afín a nuestro dictador, lo sabía bien y eran las bases de la patria peronista). Ya lo avisaba el crítico Jürgen Habermas: la comunicación de masas mezcla el consumo con la publicidad política para enaltecer al estado social y convertir al ciudadano en "el nuevo indiferente", según la célebre frase de D. Riesman.
La televisión es el retablo cívico donde siempre gana quien manda y es capaz de comunicar más y durante más tiempo y con más simpatía. En la tele, "el acto de ver suplanta al de discurrir", advierte Giovanni Sartori.
Es el poder de la cultura visual. Bien lo sabía la iglesia, creadora de sedes ilustradas, y sus iluminadores, enriquecedores divinos de los pesados libros de la letra del pensamiento. Pregúntenle a Miguel Ángel y a Julio II, enfadado porque hasta el cuerpo se hacía divino con las sublimes imágenes de la Capilla Sixtina.
Así que la lógica empresarial del plan aliviador de la SEPI, con su ánimo de reducir los centros y las desconexiones territoriales, topa con el gran debate de nuestro tiempo. Cerrar una radio pública que casi nadie oye en Cataluña o reducir de una hora a 30 minutos ese informativo regional desconocido en tierras de televisiones autonómicas ¿es acelerar la descomposición de España o evitar una sangría mayor de las arcas públicas?
Hoy te descuidas un tris y cualquiera desenvaina una tizona para comenzar a mandobles con imperialistas y separatistas. Y en un tras unos te cortan la cabeza por jacobino y otros por no ser suficientemente autonomista, soberanista o como se llame la cosa.
Los sindicatos hacen bien en defender a los trabajadores, para eso les eligen. Y no son los trabajadores los únicos ni los mayores culpables de la situación siniestra de este Ente tan necesitado de carta de ajuste. Los directivos y políticos de todos estos años tienen más responsabilidad.
La SEPI y la actual dirección hacen bien en proponer racionalidad económica. Unos y otros deben, junto al Parlamento y al gobierno reformador de la televisión, redefinir un servicio público cuyas primeras notas están en el Plan de los Sabios y donde la experiencia de otros países puede ayudar.
Si me permiten una recomendación, menos televisión comercial, que para eso hay mucho emprendedor dispuesto, y más servicio para una ciudadanía sobrada de caja boba y a la que sin duda faltan opciones no comerciales, aunque no sean las preferidas de los audímetros.