Somos datos. Siempre lo hemos sido, pero nunca ha sido tan fácil utilizar nuestros datos personales para tomar decisiones, controlar nuestro estado (físico, mental o emocional) y relacionarnos con otras personas con las que compartimos intereses, situación o estadísticas. Una nueva generación de ordenadores pensados para llevar puestos (wearable computing) convierte la esforzada existencia humana en un proceso de datos conectados con sistemas y personas, y nos guía con la realidad aumentada.
Las gafas de Google son el más comentado de estos aparatos, pero aplicaciones móviles, GPS inteligentes y mecanismos que mezclan el viejo podómetro con datos biométricos, alimenticios o la calidad del sueño se extienden en las zapatillas y los brazos de los deportistas, pero también en los bolsillos de gente que usa datos en su vida cotidiana para controlar su salud e intentar vivir mejor.
La ciencia ficción y unos cuantos visionarios nos animaron a convertirnos en ciborgs, organismos mejorados por dispositivos cibernéticos. Pero las prótesis de silicio, metal y plástico no son para tímidos. Llegó el móvil inteligente y todo cambió. El smartphone nos convierte en ciborgs cotidianos sin el terrible aspecto de los híbridos entre humano y androide.
La hiperconectividad, el cloud computing y las visualizaciones de datos que facilitan su interpretación a los profanos son el éxito de chismes como Fitbit, Jawbone Up o Nike+. Apple prepara ya un reloj inteligente que supere a los ya existentes como el iPhone hizo con el móvil.
Muchos definen a los ordenadores para llevar puestos como el nuevo estadio de la tecnología. Las viejas herramientas soñadas por los pioneros Charles Babbage o Alan Turing como máquinas para ayudar a la inteligencia son ahora aparatos para vivir más y mejor, el mayor objetivo de cualquier especie.
Somos ciborg sentimentales. Nada como las computadoras para vestir para cuidarnos, estar siempre conectados y no perdernos nada de lo que pasa mientras hacemos otra cosa. ¿Pasaremos dentro de unos años el test que Turing diseñó para distinguir un humano de una máquina?
Columna en los diarios de Vocento