No se fíe de las redes sociales. Su poder para la falsedad y el rumor es mayor que su capacidad de contrastar hechos y datos. La sociedad del conocimiento es más bien una sociedad del rumor y el prejuicio. El aumento de los robos de identidad, la usurpación de perfiles de grandes medios en las redes sociales y el frenesí de una apresurada vida en tiempo real son los peligros del exceso de inocencia digital.
Wall Street se desplomó hace unos días cuando un grupo de hackers sirios manipuló el perfil de Twitter de la agencia Associated Press con un presunto ataque terrorista a la Casa Blanca y un Obama herido. Poco después los mismos hackers se adueñaron de los tuiteos del diario británico The Guardian para difundir sus proclamas.
No son excepciones. Politólogos, físicos y matemáticos estudian hace tiempo el uso de la política en las redes para difundir rumores y desinformación sobre partidos y candidatos. El lado oscuro de las redes sociales es una turbina de rumores aún más potente que su capacidad de información y contraste. Une la solidez del texto de la era Gutenberg con la fascinación de la imagen y la velocidad de las redes.
Hace 40 años, el sociólogo Mark Granovetter publicó su teoría de la influencia de los lazos débiles: la información se difunde rápidamente en las redes sociales entre individuos que no se conocen y con poca relación entre sí. Es la gran potencia de amplificación de los medios sociales, para lo bueno y para lo malo.
La mayoría de estudios confirman esa tesis y un grupo de investigadores de la Universidad de Londres alerta sobre el aumento de la desigualdad. Contrariamente a la imagen de internet como fuerza democratizadora e igualitaria, señalan que sólo los más educados emplean su actitud crítica y el hábito de contrastar información. El resto se conforma con la pasión y el arrebato de las redes, como explica el filósofo Daniel Innerarity.
Una sociedad democrática e inteligente necesita ciudadanos críticos y fuentes creíbles para filtrar la turbina del rumor y convertirla en una máquina de conocimiento. O al menos que no nos haga más papanatas.
Columna en los diarios de Vocento