Monday, December 17, 2012

La guerra de las fotos

Nada como una foto. La atención concentrada en unos pocos píxel. Las fotos son el relato de nuestra vida y nos permiten disfrutar la de los demás tras el seguro parapeto de la lente. El ojo público aviva sentimientos, pero con el exquisito filtro que hace las cosas y a los otros cercanos y ajenos al tiempo. La sangre, el dolor y el placer asaltan el cerebro pero resguardan el ojo (y la moral) del espectador, como saben fotógrafos y pornógrafos. Ese taumatúrgico poder explica la batalla de las redes sociales por el control de las fotos en un ciberespacio lleno de copias digitales.

Dos elementos aumentan el poder fotográfico de la mirada compartida en las redes sociales y los móviles: cada bolsillo esconde un objetivo conectado a internet, capaz de captar imágenes y publicarlas a un solo clic, y la pátina artística de un filtro anima a perder la vergüenza para compartir nuestras instantáneas. Esos son los poderes de Instagram, la aplicación cautiva a millones de usuarios con su lema de fotos rápidas y bellas. Un clic con Instragram añade retoque estético a nuestro ojo mirón y apresurado.

Facebook compró la aplicación fotográfica en abril pasado sabedor del poder de la imagen retocada, etiquetada y compartida. Ahora la retira de Twitter, la red perfecta para completar ese poder de la imagen bella y rápida. Twitter contraataca ofreciendo sus propios filtros para evitar la pérdida de las imágenes. Donde antes nos fascinaba una fotografía ahora sólo vemos la monotonía de un enlace. Dos clics son demasiados en la era de la imagen publicada.


A la batalla se suma la vieja Flickr, pionera de las fotos compartidas pero arrumbada como un negativo viejo en el baúl de los abandonos de Yahoo. Ahora se reinventa en sus aplicaciones para móviles con filtros para embellecer nuestra vida publicada.

Nada es lo mismo cuando el negocio recorta la pasión. Instagram llegó en el momento perfecto para animar a todos a hacer más bello nuestro álbum de la realidad. Dos clics obligados por el límite para compartir son un exceso para lo el ojo hiperconectado.

Columna en los diarios de Vocento