La TDT ha sido una de las grandes promesas del gobierno. Adelantamos dos años el apagón analógico y el 3 de abril se acabará la televisión analógica en España. El gobierno no para de presumir, pero a veces ser los primeros no es ser los mejores.
Y en España no se ha hecho. Como muchos hemos repetido tantas veces, hemos pagado un enorme sobreprecio por el desarrollo de la TDT.
Es la apuesta por una tecnología efímera, sin suficientes posibilidades de desarrollo, interactividad o servicios. Es necesario cambiar la señal, pero se podría haber elegido la plataforma con más futuro. La TDT ha perjudicado el desarrollo de la banda ancha y los servicios avanzados digitales, donde está el futuro de la sociedad de la información, como vuelve a repetir la Comisión Europea con la promesa de permitir más financiación pública.
La propia Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones gritaba alto y claro hace un año: la televisión no es la clave de la sociedad de la información, el futuro es la banda ancha y las líneas de nueva generación.
Esa es la estrategia que ahora impulsa la Federal Communications Commission (FCC) en Estados Unidos. Tender nuevas redes de banda ancha para cubrir todo el país en diez años.
¿Quién se opone a las nuevas redes y servicios?
Los mismos que han condicionado la estrategia en España: las televisiones y los políticos, ligados a ellas hasta convertir estos últimos años de regulación audiovisual en España en un sainete digno de los Hermanos Quintero o de Luis García Berlanga.
Alguien tendrá que explicar algún día el enorme sobreprecio de la TDT en España, tanto a través de la financiación pública: 425 millones invertidos en la transición digital hasta ahora; 249,3 millones sólo entre 2006 y 2008 en el Plan Avanza y otros 89 millones en 2009. Y a todo ello hay que sumar las inversión de los telespectadores para cambiar sus antenas, televisores y descodificadores. La gran mayoría de ellos sin capacidad interactiva.
Cierto que entre 2006 y 2009 se han invertido 613,5 millones de dinero público en banda ancha, pero hace falta mayor esfuerzo público y privado para alcanzar la promesa del ministro de Industria de un servicio universal de un mega de acceso a internet para todos en 2011. Una velocidad para entonces obsoleta y muy por debajo de la media ofrecida por los operadores comerciales, a pesar de que en España los nuevos servicios sean más lentos y más caros que en el resto de Europa.
Pero cuando el futuro de los medios, los servicios de información y comunicación, y la propia televisión son las nuevas redes de banda ancha, las televisiones y los políticos se resisten.
Cadenas y políticos sostienen el control del negocio de la televisión y de la comunicación masiva con fecha de caducidad.
La televisión digital ha liberado frecuencias para una fragmentación enorme del mercado y con la televisión por internet se acaba el último control político, económico y geográfico del medio de comunicación de masas por antonomasia del siglo XX. Ideólogos de una y otra tendencia coinciden con distintos argumentos en el sostenimiento del control de la televisión.
Y la lucha por mantener ese control hace peligrar la neutralidad de la red, el principio que permite ofrecer con libertad toda clase de servicios y contenidos en internet, para intentar cambiarlo por una internet de peaje, controlada y regulada por las telefónicas y los grandes medios.
La TDT también ha aumentado los beneficios de otras grandes empresas como Abertis, encargada de la señal, que en plena crisis de 2009 aumentó sus ingresos por telecomunicaciones un 25% hasta los 541 millones de euros, y sus resultados operativos (ebit), un 37,3%. Calculen quién gana y a qué precio se paga la nueva televisión.
El dividendo digital -las frecuencias liberadas por la digitalización- ya se repartió mal y tarde en España. Vinculado a la financiación de la televisión pública y sin suficientes garantías sobre los nuevos servicios de telecomunicaciones. Lo mismo que se repartieron mal las nuevas licencias de televisión digital hasta una atomización nacional, autonómica y local que ha hundido la viabilidad de muchas cadenas y no ha garantizado ni la televisión de proximidad ni otras ventajas del sistema. Y ha vuelto a espolear la concentración, permitida por el gobierno para satisfacer los intereses de las grandes cadenas.
Ninguno de los partidos parlamentarios se ha parado estos años a diseñar la sociedad de la información para el futuro. Por eso no avanzamos lo suficiente en economía digital o sostenible -la nueva promesa- y seguimos estancados en la clasificación de la OCDE en el puesto 21 de los países con más banda ancha y por debajo de la media. Muy lejos de los líderes del futuro.